Solamente Iván y Luis continuaban jugando, los demás habíamos perdido todo nuestro dinero. Ellos, por otra parte, no parecían dispuestos a rendirse, de manera que la mesa de póquer se transformó en un verdadero campo de batalla.
Iván, hombre de poca estatura, delgado y de constitución enfermiza; miraba a su rival con una expresión fría, indefinible; mientras éste, no muy alto pero bastante robusto; sonreía con confianza, seguro de que tanto tiempo dedicado a ese juego, le había servido para pulir al máximo sus habilidades.
— ¿No crees que ya es hora de apostar con seriedad? – dijo Luis.
— Apuesta lo que quieras.
— ¿Te jugarías la vida?
El interrogado dudó unos segundos.
— ¡Por supuesto! – asintió, al fin.
Tuve un sobresalto. ¿Acaso hablaban en serio?
— ¿Qué quieren decir? – se atrevió a preguntar uno de mis amigos.
— Nada, chico, sólo quería saber si él estaba dispuesto a perder hasta el último centavo – continuó Luis, al tiempo que colocaba todas sus fichas en el centro – Si no salen las cosas como quiero, estoy acabado, pero confío en mi suerte; dame cuatro cartas.
— ¿Estás loco? – Exclamé.
— Tal vez…
— Muy bien, si eso es lo que quieres – Iván hizo una pausa y luego prosiguió, señalando su naipe –: yo estoy bien con esto.
Disimuladamente, miré su mano; habían cuatro nueves y un tres. “¡Luis es un idiota!”, pensé.
— Veamos qué tienes, no creo que sea mucho – Exclamó Iván.
— No te adelantes, puedo sorprenderte.
— ¡Por favor! Pediste cuatro naipes, eso…
— Eso no significa nada; ¡mira! – Puso, una por una, las cartas sobre la mesa. ¡Era una escalera real de tréboles!
— ¡Miserable! ¡Tramposo! – Gritó, botando al suelo su póquer de nueves.
— No seas ridículo, tú sabes que no hay engaño alguno; ¡perdiste, eso es todo!
Iván guardó silencio, había bajado la cabeza y permanecía mirando fijamente el tapete verde de la mesa.
— Está bien, tienes razón; felicitaciones por tu triunfo.
— ¿Pagarás, entonces?
— ¡Por supuesto! Soy un caballero…
— Voy a traer una botella de champaña, ¿te gustaría?
El interrogado asintió. Entonces, Luis se dirigió a la bodega, mientras nosotros mirábamos la escena sin comprender.
— ¿Te encuentras bien? – pregunté.
— Sí, no es nada.
En ese momento, el ganador regresó con una charola en la que había cinco copas llenas de licor.
— Ésta es para ti – le dijo a Iván, entregándole una de ellas.
— ¡Salud, vencedor! – exclamó él, bebiéndose el contenido de un solo trago.
Pasado un minuto, su rostro se puso azulado, al tiempo que de su boca salía espuma.
— ¡Un médico! – grité.
— Es inútil – afirmó Luis con una sonrisa siniestra –, ¡finalmente he ganado!
Buenisimo, como todo lo que escribes. Felicitaciones Jose Luis, tus historias son fantasticas, gracias por compartirlas.
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¡Muchas gracias! Saludos desde Ecuador.
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Llevar las apuestas hasta el final… La culpa es de quién se atrevió a apostar lo que no debía.
Un saludo.
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Sí, se burló del azar, pero éste ganó al final.
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Me encantan tus relatos. Gracias por escribirlos.
Un cordial saludo.
E. San Román
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Muchas gracias por sus comentarios, me alegro mucho que le gusten mis historias. Saludos cordiales.
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